5 de agosto de 2010

"Deseo"

Mirando el pálido resplandor de la luna sintió cómo aquella presencia tan familiar le helaba la sangre. Empezó por sus pies y fue ascendiendo, lentamente, dolorosamente, a través de sus piernas para situarse justo en su pecho. Un frío mortal le inundaba. Era ahora, presa del miedo.
Sentía fijos en su espalda aquellos sepulcrales ojos, y, aunque sabía que no iba a encontrar a su observador, dirigió su mirada en dirección contraria para, nuevamente, sentir la escalofriante compañía de la nada. ¿Habría sido mejor haber visto algo?

La primera vez que se percató de su presencia, su lógica entró en funcionamiento y su mente empezó a descartar las explicaciones que estuvieran lejos del raciocinio, para mantener su lucidez y no abandonarse ante el deseo de la inconciencia. Pero ahora que ya sabía que ninguna de las explicaciones racionales, que en su mente de manera desesperada trató de mantener, daban cabida a algo tan temible como lo que sucedía, lo único que podía hacer era esperar a que el dolor pasara y concentrarse en algo, fuera de ese momento, que le abstuviera de petrificarse debido al miedo. Pero ésta noche no era como cualquiera de las otras noches en las que el dolor, el miedo y un oculto placer se mezclaban de forma aparentemente inofensiva. No. Noches como ésta nunca se volverían a repetir.
Después de aceptar la pesadez de la nada supuso que en cuestión de minutos todo volvería a la normalidad, pero, nuevamente, se equivocó. Su mente no alcanzó a ver las sombrías intenciones de la presencia, simplemente se concentraba en evadir la realidad para no abrumarse por la intensidad del momento. Mala idea. Fatal error. El frío que antes estaba en su pecho empezó a ascender, pero esta vez, sin gentileza. Ahora quemaba y hería su piel. Podían verse pequeñas marcas creadas por la fricción y algo que parecían ser arañazos. El dolor que experimentó antes en sus piernas eran ahora caricias comparado con esto. Su desesperación iba en aumento cuando todo empeoró. Podía sentir claramente dos manos en su cuello asfixiándola. Por más que intentaba no lograba quitárselas de encima. Trataba de gritar pidiendo auxilio, pero el aire que llegaba a sus pulmones era cada vez menor y las sombras que se empeñaban por hacer que sus ojos se cerraran eran demasiado fuertes, demasiado oscuras...
En vano, trató de zafarse de las garras de la oscura presencia pero pronto se dio cuenta de que era demasiado tarde. Ya no respiraba, su cuerpo estaba petrificado y sus ojos ya no estaban abiertos. Todo había terminado. La luna seguía iluminando la noche con su pálido resplandor, pero de cierta manera, podía verse un poco de tristeza en su cratérica cara. Ya no había nadie observándola, ahora la noche estaba sumergida en el silencio. La presencia había cumplido su deseo, ahora ella era totalmente suya.


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