Después de pesarlo un poco, es
evidente. Ella es verano, es imposible
no sentir la cálida luz del sol con solo verla y notar la intensidad abrumadora
del gran astro en su sonrisa; es alegría y esplendor, juventud e inocencia. Por su parte, ella es otoño pero no en esos
días de viento frío, sino en esos días calmos, llenos de sutileza: tiene algo
melancólico, sí, la despedida del sol intenso, pero contra toda lógica tiene también
algo hermoso; es un sol tímido, bajo en el horizonte, y no un sol de mediodía
en el trópico pero sol es sol, a fin de cuentas, así lo acompañe el viento. La tercera ella es verano nuevamente, sólo
que un poco menos intenso que la primera, digamos que es una tarde-noche veraniega
cuando ya refresca un poco. ¿Y yo? Yo soy invierno. Ja. Mentira. Tal vez soy otoño también, un otoño que quiere
ser invierno y primavera al tiempo, un otoño con contradicciones que se
regocija en su melancolía y al mismo tiempo busca alcanzar un poco de sol, un
otoño que anhela la primavera aunque (no)crea que
existe.
“Ella existe en la primavera”. Es lo más bonito que he escuchado en un
tiempo.
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