Tal vez no haya mucho que decir. Al asomarme por la ventanilla del avión me gustó lo que vi, montones de verde en medio de una gran ciudad. No sentí pánico durante el vuelo, ni al bajar de él y hallarme entre un mar de gente desconocida y totalmente diferente a la que estoy acostumbrada a tratar. Por el contrario, sentí calma y pensé "esto es lo mío", "debería estar más aquí". Lo curioso es que no deja de asombrarme la serenidad de mis emociones. Conozco a unas cuantas personas que saltarían y darían grititos de emoción al estar en mi posición, en este corto y grandioso viaje, pero lo único que hice fue respirar ese nuevo aire y sonreír, caminar con seguridad, mirar hacia adelante, en calma, sin nervios, en equilibrio.
El viaje en carro fue una delicia. La carretera parecía eterna, muy bien organizada, limpia y en buen estado. Un gris infinito que se extendía en el horizonte, rodeado de una hermosa vista. En medio de todo esto, en el silencio propio de la conversación entre extraños, natural y para nada incómodo, me asaltó un pensamiento: si puede haber sol en medio de la noche, los sueños pueden cumplirse.
(Auto, camino a Exeter, 8:00 p.m.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario