Para mí, las mejores historias
son las que hablan del destino, del cambio en las vidas de las personas debido
a un encuentro, consigo mismos o con otros.
Las mejores historias de encuentros con otros son aquellas en las que
hay más de dos, ¿me explico? El
romanticismo es una cosa curiosa y complicada de explicar, si me piden una
definición yo diría que el romanticismo es cursilería inteligente. En las historias románticas siempre hay una
pareja, ¿no es así? El chico y la chica,
dos chicos, dos chicas, no importa que tan dispareja o similar sea, siempre hay
una pareja. Si quedan juntos o no al final no es lo importante, lo realmente
interesante es el camino, la historia, no el desenlace.
Regreso a mi punto, las mejores
historias de encuentros con otros son aquellas en las que hay más de dos. Tenemos a la pareja, chico y chica en este
caso, y por más variaciones que tenga la historia, sabremos que habrá un
encuentro, que tendrán que superar obstáculos y dependiendo de lo que pase quedarán
o no juntos. Pero no es la pareja lo que
me interesa sino el tercero, ese personaje que surge muchas veces de la nada y
cambia el curso de la historia, o no.
Ese personaje que agrega el "picante" a la trama cuando ésta
se está volviendo predecible, o que simplemente hace cuestionar al espectador o
lector sobre la pertinencia de la pareja: nos puede hacer pensar "él es
mejor", "ella verdaderamente lo quiere", incluso, "se ven
mejor ellos dos". En algunas
ocasiones su aparición es fugaz y no produce más que situaciones conflicto que
a la larga se resuelven; en algunas historias el tercero se vuelve el segundo –o
la segunda– y desequilibra la balanza,
desplazando a uno de los protagonistas.
Pero hay otras ocasiones – ¡esas otras! – en las que ese tercero se gana
nuestro aprecio como lectores o espectadores y, aunque nos haga pensar "él
es mejor" o "ella lo quiere más", no consigue en la historia ser
más que eso que ya es, un tercero en un sitio en el que sólo caben dos, la
pieza sobrante del rompecabezas.
Hay versiones de versiones,
algunos autores o directores, por piedad o por simpatía, deciden que al final
el tercero debería tener su propio dueto así no sea con el o la protagonista, y
le consiguen su propia pareja o dejan abierta la posibilidad con un nuevo
encuentro. Perdonarán mi dramatismo,
pero no es éste el final que prefiero, mi escrito es una apología al tercero, a
ese personaje que no consigue a quien quiere, que se queda solo al final, ése
que pierde el juego, que no cuadra en el rompecabezas y que no lo hará por más
que quiera, por más que lo intente, por más que duela... ¿Y por qué? ¿Por qué debería apoyar al
tercero? ¿Por qué hacer una apología al perdedor? Simple.
Porque el tercero es «un trago de vida», es el ancla hacia la realidad.
En el juego del amor –porque es
un juego, no me cabe duda– unos ganan y otros pierden, tengo la certeza de que
no se puede amar a alguien sin lastimar a otro, aunque no se pretenda
hacerlo. Es lo complejo de la vida en
sociedad, es el precio de los encuentros con otros, es lo que diferencia la
realidad del idilio. Ese personaje, el
tercero, es quien hace la historia verídica por más inventada que sea, es la
gota de realismo necesaria en toda historia de encuentros, búsquedas, hallazgos
y despedidas. Por ello, mi gratitud y
afecto a todos los terceros que he conocido y a los que vendrán. Ustedes, terceros, no cuadran ni cuadrarán,
pero esta romántica –realista– empedernida los seguirá apoyando más allá del
final.
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