Capítulo 1
El Comienzo
Lo que recuerdo de esa noche es su mirada. Luego todo se volvió borroso.
Era pequeña, eso lo sé, pero sé que fue
real. No es como si no pudiera
diferenciar la realidad de un sueño, aunque a veces me pasa. Estaba en una reunión familiar en casa de mi
abuela. Todos estaban en la sala
hablando y riendo, pero por algún motivo yo me levanté y fui al patio de atrás,
no sé porqué, ya no recuerdo. Todo es
muy confuso.
Siempre me gustó la casa de mi abuela, grande
de una sola planta, pero con una habitación con doble puerta, una hacia la sala
y otra hacia el patio trasero, y con el comedor detrás de la cocina y una
puerta de cristal que separaba el mismo patio que se comunicaba con la otra
habitación, del comedor. El patio estaba
lleno de plantas con flores de diferentes colores y enredaderas, hermoso. Pero lo que más me llamaba la atención de ese
lugar era una escalera que parecía muy antigua, ubicada detrás de una puerta
cerrada con candado. Siempre quise saber
porqué mi abuela la tenía cerrada, porqué no nos dejaba subir y qué había
después de esa escalera.
Era de noche.
No recuerdo las escenas antes o después de lo que pasó, es como si el
director de la película de mis recuerdos hubiera decidido que no eran
importantes y las hubiera borrado conforme a su decisión. Recuerdo que abrí la puerta de cristal sin
saber porqué, sentía esa necesidad.
Ahora, que examino mis recuerdos, puedo decir que actué por trance, así
lo siento. Me senté en el escaloncito
que había para bajar del comedor al patio y me quedé observando el cielo. Hacía frío, lo sé, pero por algún motivo no
lo sentía, mi vestido de algodón no era lo suficientemente grueso, pero era
como si en ese momento el mundo se redujera al cielo, a esa luna. Debieron pasar algunos minutos cuando mi vista
quedó fijada en otra cosa: un par de ojos que me miraban directamente.
Al principio pensé que era hermoso, un gato de
ojos verdes en medio de la noche oscura.
Lo miré, quería ver qué hacía. ¿Maullaría, se erizaría o simplemente se
iría? Siempre me han «encantado» los
gatos, además era una niña pequeña, curiosa ante todo. Pero ese pensamiento duró apenas unos
segundos, fue rápidamente reemplazado por el miedo. Sí, miedo.
Tuve miedo de un gato negro con ojos verdes que me miraba de una manera
absurdamente intensa, cuyos ojos enigmáticos no me permitían que separara mi
vista de ellos aunque quisiera, cuya mirada me invitaba a quedarme para siempre
aunque mi alma deseara huir despavorida como quería. Miedo, miedo, miedo… y fascinación. Yo quería huir, lo juro, pero mi cuerpo no
respondía, estaba estática, petrificada, indefensa. Pero también quería demostrarle al gato que
yo era fuerte, que supuestamente no le temía.
De un momento a otro el gato se movió y dejó de
mirarme, y yo volví a la normalidad, me paré y me acerqué a la puerta,
preparada a correr. Supe que no se había
ido por cansancio o algo por el estilo, en ese momento mi papá me preguntó porqué
estaba ahí afuera sola en ese frío cuando todos estaban adentro. Ahí sí sentí frío. Le conté a mi padre lo del gato, le dije que
no dejaba de mirarme y que yo lo había mirado a los ojos también. Y él, inmediatamente tomó un balde con agua
del patio de ropas que quedaba cerca y un palo, y lo sacudió hacia donde había
estado el gato mientras arrojaba agua.
Yo lo miré con curiosidad, dándole a entender que no comprendía el
porqué de su reacción, y él, a modo de respuesta me dijo, “eso era una bruja”.