Agosto 18, 2010
Es muy común el pensamiento y sentimiento de la brevedad de la vida entre las personas. Cuando se es pequeño, se quiere ser grande; cuando se es grande, se quiere ser pequeño. Cuando se es anciano, se busca con desespero la juventud perdida. Por ese buscar lo que no se es, malgastamos el tiempo, no le damos el verdadero valor a cada etapa de la vida. Se nos hace efímera.
"No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho (...) No recibimos una vida corta, sino que nosotros la acortamos." Si las personas supieran emplear bien su vida, ésta no les parecería tan corta. Sería larga y plena, llena de todo lo que la persona considera importante. Deseos, sueños, anhelos, metas... harían de ella algo mejor.
El deseo de trascender, de dejar huella y ser recordado, si no por el mundo, por las personas amadas, crea en el hombre el miedo a la vejez, a la posteridad y a la muerte. "Teméis todas las cosas como mortales, y todas las deseáis como inmortales."
El largo o corto de la vida consiste en el mucho o poco provecho que la persona haga de ella, no de los años que ésta comprenda.
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