A veces siento que así es mejor. Que si pasa es porque tiene que pasar, porque es necesario, porque debe… Pero entonces llega ella y se posa a mi lado. Empiezas a bailar a mí alrededor, querida soledad, y mi determinación se hace añicos. Si lo vas a hacer poco a poco, mejor hazlo de una vez. No quiero estar aquí sentada esperando que me asestes el golpe final. Por favor… aléjate totalmente, de una buena vez.
Recuerdo aquella vez, mirando al cielo, en la que estaba dejando todo cuadrado. Ideando mentalmente la mejor forma de hacer las cosas; asignando a cada persona mi respectivo reemplazo. Me dolía pensar en eso, pero era necesario. No quería dejar huecos tras mi ausencia. Pero no terminé de acomodarlos. Cierta persona me dio una mirada que hablaba por sí misma. “nadie puede reemplazarte” eso fue lo que dijo –O lo que quisiste escuchar – y entonces abandoné la idea y a los reemplazos. Pero ahora me doy cuenta que no debí hacerlo. ¿Sabes qué es lo gracioso? Que ya no necesité buscarlos. Llegaron por sí solos.
A veces siento un poco de envidia por aquellos reemplazos autónomos. Supieron exactamente qué hacer y en qué momento llegar… me dan envidia pero no puedo odiarlos, porque, graciosamente, son personas a las que quiero. –Mucho mejor, ¿no crees? Personas que amas acompañando a personas que amas. –Personas que quiero tomando mi lugar en los otros que quiero. Supongo que así debía ser. Debe ser.
Solo hay dos personitas en las que no he encontrado reemplazo para mi ser. No porque sea “irreemplazable” sino que no he encontrado alguien a quien pueda confiarlas. Bueno… *1 ya tiene a alguien –muchos –que cuide de ella, pero no que cumpla mi rol. Y *2… es tan pequeña, tan frágil… no he encontrado aún alguien capaz de cuidarla como me gustaría que lo hicieran. Tengo miedo de dejarla sola… de causarle algún sufrimiento. Pero sé que es algo que tendré que hacer tarde o temprano. Lo sé.